Hoy pensaba contarte mi reacción al ver cuando se tala un bosque, lo que siento y mis ganas de llorar.
Lo siento, soy así de “sensible” como diría mi madre.
Pero mejor te voy a compartir un cuento que escribí hace tiempo que está en el libro “Siete historias de jardinería” que lo puedes comprar en Amazon. (https://amzn.to/3B82dk2)
El cuento se llama: El día que una “falda” evitó pagar un vidrio roto y perder un cliente.
Vamos hoy con la primera parte.
Era sábado por mañana, allá por noviembre del 2014.
El cielo celeste de las 8:30 anunciaba engañosamente una mañana templada y relajada.
Por entonces los sábados trabajábamos en el mantenimiento de las pequeñísimas áreas verdes de una estación de servicio y de la distribuidora de combustibles diésel propiedad de los mismos dueños que se encontraba a unos 50 metros de la primera y cuyos jardines eran amplios superando los 7500 metros cuadrados.
Como para que tengas una idea de lo que correspondía a la estación de servicio te diré que los jardines estaban formados por una franja de pasto al costado del playón de expendio de gasolinas y otro frente a las oficinas con cuatro tremendos “Acer negundo” de más de 40 años.
Lamentablemente vi como tiempo después fueron erradicados en función de la ampliación del edificio.
Esa mañana, alrededor las nueve y media, un camión recién salido de la agencia, con su pintura lustrosa, los ploteados de la firma que hace la distribución en su sitio y con su primera carga de combustible visitó el lugar para rellenar las bodegas con su contenido.
Su chofer, Heriberto, a esa hora ignoraba la serie de acontecimientos desafortunados que este destino le deparaba.
Pero te describo un poco más el lugar y luego sigo con lo del camión que es parte fundamental de la historia, pero más adelante.
Cuando te digo que había “pasto” es porque ni cerca de convertirse en un verdadero césped, era una mezcla de verdes producto de alguna semilla aportada, nuestra chipica (Cynodon dactylon), y cuanta planta encontrara allí su lugar transitorio o definitivo de residencia y que semana a semana era recortada.
Era un espacio muy rústico, desparejo, sin sistema de riego, y con el aporte voluntario de la gente que en su ignorancia consideraba que papeles, bolsas y colillas de cigarrillos aportaban nutrientes al suelo para que el pasto se pusiera más lindo.
Creo que notaste mi ironía, es que me había cansado de hablar y solicitar, que se colocaran más cestos para los residuos y de que los “playeros” que además de expender el combustible limpiaban el playón, no sacudieran los lampazos con restos de combustible mezclados con tierra, papelitos y más cosas sobre esa franja verde.
En lo personal creo que es una invitación a transeúntes y visitantes a copiar el comportamiento.
Continuando con el relato.
Los dos rectángulos verdes por sus condiciones de “rusticidad” determinaban que no se pudieran cortar con una segadora de césped y se tuviera que emplear una desmalezadora o desbrozadora, algo así como la bordeadora que tenés en tu casa, pero más potente y con motor a explosión.
Los jardines no estaban en la lista de mejoras que recibiría el resto del lugar porque serían erradicados como los árboles y reemplazados con canteros.
Por ello no se invertía dinero suficiente ni esfuerzo en mejorarlos.
Esa mañana de noviembre mientras revisaba el estado de salud de algunas plantas en la distribuidora uno de nuestros empleados, Gonzalo, estaba con su máquina recortando el pasto en la franja lindante al playón.
Ningún vehículo estaba allí porque al momento de la descarga de combustible no tienen permitido el ingreso por cuestiones de seguridad.
Gonzalo estaba, cual animal herbívoro, avanzando lentamente sobre el pasto recortándolo y dejando un aspecto de alfombra verde perfectamente lisa disimulando lo irregular del terreno.
A mucho más de 15 metros estaba detenido el camión que te contaba antes. Destaco la distancia porque es la mínima recomendada a dejar entre el operario y cualquier persona, o vehículo.
Gonzalo es un tipo responsable en su trabajo, es de los que no hay que perseguir para que se coloque todos los elementos de seguridad o protección personal <los ahora famosos EPP>.
Si no los conoces son: anteojos de acrílico, protectores auditivos, guantes, calzado de seguridad y otros que se suman cuando las tareas determinan condiciones más riesgosas como el desmalezado en donde usamos protectores faciales, casco y más. O cuando aplicamos agroquímicos.
Alrededor de las 8:00 de la mañana con el cambio de turno del personal de la gasolinera todo se deja en impecables condiciones.
Aquí entra en el relato nuestra señora “granito”, una pequeña piedra de unos 5 mm de diámetro que había recorrido un largo camino en el dibujo del neumático de una camioneta hasta la estación de servicio.
(Fin de la primera parte) – continúa como El día que una “falda” evitó pagar un vidrio