El bonsái de tres metros – Drama/terror

Imagina, un bonsái de tres metros completitos.

3000 centímetros de puro árbol pequeño.

Un bonsái que me hace sombra.

¿No te parece cosa de locos?

Lo cierto es que para mi asombro existen y los trabajan en Japón para exportarlos.

Sin lugar a duda, son asombrosos.

Siempre creí, nunca averigüé, que los árboles de figuras tortuosas con sus copas con forma de cascadas en los jardines de estilo japonés, eran producto de la poda constante en el lugar de residencia de las plantas.

Tal vez muchos sean así, pero éstos los hacían ya grandecitos.

No puedo describirte el proceso y la carga emocional que tuve al estudiarlo.

Soy un poco sensiblero como te contaré mañana.

Desde el punto de vista de las plantas, cada video podría bien haber sido una película de terror.

Y lo sentí así.

Casi me tapo la cara con las manos, con los dedos separados para mirar entre ellos.

Para sumar más dramatismo, vi los videos los en la notebook (el portátil) con los auriculares puestos (cascos), esos de los que cancelan los ruidos exteriores.

Cerca de la pantalla, lejos de los sonidos de la casa, y con el volumen un pelín alto.

No sé si escuchaba el crujido de las ramas o me lo imaginaba.

Pero más allá de la escena dramática que te cuento, las plantas eran tratadas con cariño y respeto.

Alambrar y doblar las ramas como hacemos con los bonsáis pequeños es una cosa.

Pero para esos árboles, el trabajo es mayor.

Y como sabes que me gusta un poquito exagerar, te describiré de forma simple, pero dramática, el proceso.

Lo haré desde la mirada del ciprés (Cupressus sempervirens) al que se intervino.

Antes repetiré que lo hacían con respeto por las plantas y que el relato será un verdadero DRAMA o el argumento para una película de TERROR.

Puedes parar de leer aquí o taparte los ojos y leer entre los dedos.

Bueno, vamos al lío.

Hoy estoy tranquilo, mirando al cielo y desplegando mis ramas al viento.

De pronto, como a las 8:30 de la mañana, llegan dos hombres munidos con dos escaleras, serruchos, tijeras, tijeritas y tijerotas de podar.

Cortafierros y mazos de goma.

Alambres gruesos y más gruesos.

¡Y una motosierra!

También les vi unas bandas de goma largas que parecían cámaras de ruedas de bicicleta y unas tiras de tela resistentes como las de los zunchos o las cintas de las persianas de enrollar.

Se pararon firmes frente a mí y me miraron por todos lados.

De un costado y del otro.

Desde abajo y desde arriba de la escalera.

Hablaron en su idioma de humano, pero sentí que no era algo bueno para mi.

Algo malo me sucedería.

Unos 15 minutos después comenzaron con sus tijeras y tijerotas cortando mis ramas más delgadas.

Me desnudaron.

Luego siguieron con otra, y sus serruchos.

Me sacaban de a bocados como si tallaran la boca de un Pac-Man. Uno y más arriba otro, y otro y otro…

La torcieron mirando al piso y los cortes se cerraron. Tuvieron mucho cuidado al hacerlo. Luego ataron mi brazo a una estaca en el piso para que no mirara nuevamente al cielo. Me colocaron una cinta plateada que no había visto tapando todo el lugar en el que trabajaron.

De inmediato comencé a producir tejido y a soldar esas uniones.

No contento con ello, ahora comenzaron a realizar cortes a lo largo de mis brazos más fuertes.

Clavaban esas herramientas que parecen cortafierros con la ayuda de los mazos de goma.

Desgarraron mis carnes.

Luego comienzan a cubrirme con las gomas y por encima con las telas como si fuera una momia. Con ayuda de gruesos cordeles empezaron a retorcer cada parte para un lado y para el otro.

Me atan nuevamente al suelo como si me quisiera escapar y colocan alambres para llevar mis ramas a posturas caprichosas. Porque no crezco de esa manera.

Ya terminó el día.

El dolor es insoportable, tengo heridas por todos lados para cicatrizar y pareciera que una araña gigante ha tejido sus redes para atar mis ramas al suelo.

Un año después las heridas se han curado.

Las dos personas siguieron viniendo todos los días. Era el turno de mis vecinos.

Yo sólo recibí atención.

Saben que soy resistente y me recupero. 

Me quitaron las ataduras.

Me siento libre nuevamente.

Dicen que algún día me cambiarán de lugar, me llevarán a tierras lejanas y haré nuevos amigos.

Seré el centro de atención en un jardín. Todos los humanos que pasen por ahí me dirán cosas bellas y se sacarán fotos conmigo.

Yo no lo sé y no quiero pensar en ello.

Claudio. El jardinerista.

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